Cuando en el terreno profesional nos lidera alguien que no aporta a nuestro desarrollo profesional o no nos hace sentir cómodos, afectando, incluso, nuestra autoestima, o no facilita el logro de resultados (o la suma de los tres), es cuando decimos que tenemos un mal jefe; ya que un buen jefe es, en definitiva, es alguien con quien nos sentimos cómodos, nos la pasamos bien y, además, aprendemos de él.
No hay que confundirlo con “llevarte mal con tu jefe” que puede ser un aspecto meramente relacional. Un mal jefe es, más bien, alguien que, por ejemplo, abusa de su poder, te trata mal, daña tu autoestima, te hace sentir ineficiente, independientemente de que logres o no los resultados. Y, pesar de ello, lo cierto es que existen personas que tienen el síndrome del masoquista: “Me maltrata, pero le aprendo mucho…”.
No obstante, diversas estadísticas basadas en encuestas de clima organizacional revelan que el 90% de los jefes en el mundo organizacional tienen una intención positiva con su gente, pero, curiosamente, cuando les preguntamos a los colaboradores de una organización acerca de su jefe, menos del 30% percibe esa buena intención. De ahí que es un tema más de conocimiento, de habilidad; es decir, de no saber cómo hacerlo, lo que denota la falta de las competencias requeridas por parte de algunos líderes, “Tengo, la intención pero no sé cómo hacerlo”…
El Jefe es el principal promotor del microclima organizacional, y un mal jefe lo puede intoxicar. El clima organizacional es algo determinante y tiene factores exógenos como, por ejemplo, el tamaño de la marca, prácticas y procesos que tenga la organización, etc., pero lo cierto es que la misma gente suma al microclima que se vive dentro de una organización.
Como en cualquier situación que te viene de afuera y te resulta amenazante, tienes 3 opciones:
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