Eurostat acaba de revelar que España ha superado los 6,1 millones de parados, una tasa del 26,6%, la más alta de los Veintisiete. En cuanto al juvenil el 57,6%. Estos datos además de rutinarios, son dramáticos. No solo no se reducen sino que se incrementan inexorablemente. Ya no son noticia. Nos hemos acostumbrado. ¿Este calvario tendrá fin algún día? Es lamentable que nuestros gobernantes ya no se sientan obligados a explicarlos. Poco ha, alguien del Ministerio de Trabajo, aparecía en los medios de comunicación para justificarlos, argumentando que era el final de la campaña de la vendimia o del turismo. O cualquier otra razón. Ahora nadie aparece. ¿Qué va a decir? Mas como todo es susceptible de empeorar, lo más grave está por llegar. En los medios de comunicación, más de lo mismo: despedidos 16.000 trabajadores de la banca, 2.800 de Iberia, 900 de TeleMadrid- Los populares nos avisan de la futura reforma de la administración. ¿Qué se esconde tras este eufemismo? Más empleados públicos a la calle. Y tiro porque me toca. ¿Llegaremos a los 7 millones?
¿Ya no hay otra alternativa que el despedir trabajadores en una mala situación económica presente o futura tanto en el sector privado como en el público? Por lo que parece, no. Tampoco requiere mucha imaginación, ni tampoco preparación académica el despedir trabajadores. Eso lo sabe hacer cualquiera. Cuando un empresario «no tiene beneficios o expectativa de ellos», coge la lista de trabajadores y los más díscolos a la puta calle. Entraría en la lógica que ante esta dinámica de destrucción de empleo en el sector privado, el público la contrarrestara manteniendo o creando puestos de trabajo. Muy al contrario. Es una auténtica máquina de destrucción masiva de empleo. Con el pretexto de hacer ajustes fiscales, por motivo de la deuda, en buena parte odiosa, se eliminan miles de empleados públicos. Para eso sobran ministros y secretarios de Economía, y sus numerosos asesores. Para ese viaje no se necesita ni media alforja. Eso sabe hacerlo un alumno de 1° de Bachillerato matriculado en Economía. Mas hace ya años que siempre se rompe la cuerda por el punto más débil. Tengo la impresión de que los ejecutores del sector privado y del público de estas draconianas medidas, nunca piensan en que sus efectos recaen sobre personas, que no son simples números en una estadística. Son seres humanos, que tienen unas necesidades básicas, familiares y sociales, no son una mera fuerza de trabajo que se coge o se tira sin contemplaciones…