Solo somos capaces de liderar nuestra vida cuando nos apoyamos en las fortalezas de nuestro carácter. Sin embargo, ciertos caracteres tienen mejor fama que otros y aquí reside el error. En el caso de las empresas, es frecuente creer que el líder es aquel que se mueve como pez en el agua en las relaciones personales o que tiene un sex appeal especial para entusiasmar a los otros. Creemos que para conseguirlo debemos ser extrovertidos y con una oratoria magnífica. No obstante, si nuestra tendencia es a la introversión, a las relaciones uno a uno o a entornos más calmados, podemos sentirnos mal por no ser lo que la gente espera. Pero nos equivocamos.
Igual sucede en las redes sociales. Vende ser popular, poner sonrisa profident y parecer que estás la mar de contento, cuando en el fondo deseas desaparecer del mapa o prefieres fotos más meditadas, menos espontáneas. Pues bien, ya es hora de aceptarnos. El sobresfuerzo agota. Muchas veces nos forzamos para convertirnos en quienes no somos realmente, y eso es un error.
La introversión depende de cómo recargamos baterías y es distinta a la timidez, que tiene que ver con el miedo al juicio social, a no encajar o a decir algo inadecuado. Los extrovertidos encuentran energía interactuando con el mundo; los introvertidos se sienten más vivos y más capaces en ambientes más relajados. Todos tenemos un poco de ambos, aunque destacamos en uno de ellos. Por eso, si buscamos dar lo mejor de nosotros mismos, necesitamos quitarnos de la mente que el éxito solo se alcanza siendo el más simpático del mundo y aceptarnos a nosotros, sin forzarnos en representar papeles que no nos corresponden. Porque el esfuerzo desgasta y porque, además, como demuestran la ciencia y la historia, nos equivocamos pensando que solo hay un camino. El éxito no tiene solo una puerta, tiene tantas como personas que las abren…
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