Cuando el 28 de febrero de 2010 la presidenta chilena Michelle Bachelet decidió desplegar tropas de ejército en las zonas más afectadas por el terremoto y los posteriores saqueos, muchos chilenos se llevaron una sorpresa. Los generales al mando de la operación no hablaban golpeado ni proferían amenazas de âmano duraâ contra nadie, como sus predecesores de la década de los 70.
Parecían más bien