En la ‘Guía del autoestopista galáctico’, Douglas Adams nos cuenta que la fiesta más larga del universo lleva celebrándose cuatro generaciones. Uno de los asistentes miró su reloj hace 11 años. Pero nadie ha vuelto a hacerlo desde entonces. Uno de los problemas para concluir la fiesta âtan desaforada que ha provocado sangrientas batallas interestelares entre las compañías de limpieza que esperan hacerse con el contrato para arreglar el estropicio una vez la celebración termineâ es que los actuales asistentes son los hijos y nietos de aquellos que ya en su día no mostraron ningún deseo de irse a casa. Como consecuencia de la transmisión de los genes, cada generación es más fiestera que la anterior.
Con su estrafalario sentido del humor, Douglas Adams nos contaba que existen fenómenos sociales donde el éxito o el fracaso son persistentes. Están provocados por efectos de red, en los que las decisiones de un agente en un momento determinado influyen sobre las subsiguientes decisiones de otros. Detectar este tipo de fenómenos es sencillo. Basta con constatar que los resultados que provocan son muy desiguales para los participantes.
Por ejemplo, la diferencia de clases en el fútbol español de hoy hace más probable que la diferencia se mantenga mañana. Dinero llama a dinero, que dirían nuestras abuelas. Miren las ventas de libros. Unos pocos venden millones mientras la inmensa mayoría tiene que conformarse con centenares. O fíjense en las búsquedas en Google, donde los tres primeros resultados reciben el 98% de los clics subsiguientes. Pero estos efectos son también observables en algunos asuntos sociales más relevantes. Como las tasas de desempleo por regiones.
Veinte años después del cierre de las minas a mediados de los años ochenta, buena parte de las cuencas mineras británicas continuaban sufriendo niveles de desempleo sustancialmente más elevados que en otras zonas del país. En España, aquellas regiones que tenían una tasa de desempleo más elevada en 1976 son sustancialmente las mismas que hoy. El éxito o el fracaso en términos de desempleo regional también son persistentes.
Desempleo llama a desempleo, en definitiva. Una vez que una región tiene un alto nivel de paro, su reputación como lugar para invertir empeora. Como consecuencia, no se genera empleo. Los incentivos de las personas a buscar un empleo también disminuyen. El desempleo se mantiene, la reputación del lugar no mejora, las empresas no invierten y el diferencial de paro no mejora. Y así sucesivamente. Todo ello sin olvidar que una tasa de paro elevada puede provocar que los individuos más activos y preparados abandonen la región para buscarse los garbanzos en otro sitio, disminuyendo así el atractivo general de los trabajadores de la región.
Afortunadamente, no existe ninguna ley natural que diga que las zonas con elevadas tasas de desempleo deban permanecer en esa situación para siempre. Pero la reversión de fenómenos sujetos a efectos de red es tremendamente difícil. Así lo prueba la persistencia del diferencial de desempleo durante décadas. Quizá cabría abandonar la idea de que las grandes políticas por sí solas pueden atajar el problema y optar por un enfoque distinto, basado en la prueba y error y en actuar sobre los efectos de red y sobre el comportamiento de las personas.
En 2009, el Gobierno británico constituyó una unidad de comportamiento orientada a aplicar en el ámbito de las políticas públicas los resultados de las investigaciones académicas en materia de psicología económica. Una de sus más recientes iniciativas ha tenido como objetivo estimular la búsqueda de empleo entre los desempleados. Descubrió que los resultados mejoraban de manera significativa cuando los servicios públicos de empleo pedían a las personas que hicieran un gesto sencillo; escribir en un papel qué acciones concretas iban a desarrollar durante las siguientes semanas para buscar un empleo. Los resultados son sorprendentes; la tasa de éxito de estas personas fue un 20% superior al de aquellas personas a las que no se pidió que escribieran el papel.
Quizá haya llegado el momento de exigir algo más de imaginación a las políticas públicas de empleo en nuestro país. Sabemos que los poderes públicos no tienen en su mano la llave para acabar con el desempleo. Pero sí la tienen para poner algo más de esfuerzo, imaginación e inteligencia en la búsqueda de soluciones al problema.